La política al revés
La política institucionalizada es un lugar desagradable. Yo diría, hasta inhabitable. No se puede estar ahí por mucho tiempo porque es una selva de egos y ambiciones. No es para espíritus frágiles. No importan tus intenciones, siempre habrá alguien en esa selva que deseé lo contrario que tú. Por eso llueven navajas y hay hoyos y obstáculos que alguien cava exclusivamente para ti. En esa selva, es muy difícil ver a lo lejos. Estás tan ocupado por sobrevivir que es difícil mantener la perspectiva. Se puede, es difícil, pero no cualquiera. Sin embargo, hay que dejar claro que eso no es de hoy, no es que la política en Michoacán sea una porquería. Es así en todo el planeta y lo ha sido a lo largo de la historia. Brutus apuñaló a Julio Cesar, Esparta traicionó a Atenas, Persia a Esparta, Huerta a Madero, Figo al Barsa. ¿Qué nos dice eso? Que eso de la política es desagradable porque es un espacio crudo de la humanidad, donde el futuro está en juego y por tanto, todo lo humano se vierte y queda expuesto. Como en el amor.
A los 14 años, me dije: “yo voy a cambiar el mundo, cómo de que no”. Junté a algunos amigos que estaban aburridos, agarré toda mi ingenuidad y me subí a trabajar al cerro de Cuautepec, en la Ciudad de México con gente que aún vivía en cuevas. No podía bajar. La inseguridad era tal que a determinada hora ya no subía el transporte público. Tuve que caminar mucho para buscar un teléfono y esperar a que fuera mi papá a recogerme. Me gusta recordar eso porque veo una lección ahí: si quieres cambiar el mundo, te vas a estrellar con el mundo. No depende de ti. Son 8 mil años. Es muy probable que sea irremediable. Pero continué subiendo a las comunidades por mucho tiempo. No logré nada, puras cicatrices, pero me transformé yo y ahí está la vida, en ese laberinto de aprendizajes, que en el mejor de los casos puedes compartir con los otros y hacerlo colectivo. Quizá el truco está en entender que a pesar de que no hay solución, no hay que bajar las manos para luchar por los demás, nunca. Ese es uno de los caminos de la felicidad.
La política, ese monstro de mil cabezas, está en cada rincón de nuestro contacto con el mundo. En los amigos, en la comunidad, la familia, la relación de pareja, y siempre, se trata de alcanzar los equilibrios. Eso es política, no necesariamente los espacios de representación popular, o ese mundo imaginario de curules, camionetas de lujo, alfombras rojas y micrófonos que hemos construido en México. La política es la gente con la que vivimos, la gente para la gente. La gente, debería ser lo primero, y lo último.
Pero para transitar por ese mundo hacen falta oídos, calma y paciencia porque sólo así se obtiene la materia prima para tejer la sabana que nos sostiene y cubre a todos.
Por eso considero, respetuosamente para el lector, que es valioso Morena, su Cuarta Transformación y su idea de país, porque son intentos de alterar nuestro futuro como nación. Que el intento funcione, ya es otra cosa, pero es un esfuerzo por construir una herramienta que nos ayude a resolver la absurda contradicción de ser un país rico lleno de pobres. Un intento por cambiar la cultura política que nos heredaron.
No es momento de quedarnos tras de la computadora o el celular a criticar al gobierno y a dar nuestros puntos de vista de todo. Hay que mancharse. Proponer y respaldar lo que el Presidente está haciendo y esforzarnos por transformar a su lado.
Con todo y sus naturales limitaciones de convivencia y popularidad, morena es joven y no está podrido. Aún puede convertirse en un espacio que represente la urgencia de una sociedad al borde del desencuentro irremediable. La pobreza en México es indignante, nadie puede negar eso. Morena, si es sensato, dinámico y supera sus contradicciones, puede ser el barco hacia un mejor país. Un barco sin dueño donde quepan todas las que tengan la fortaleza de no reproducir la política vieja y corrupta. Una llave maestra para nuestros hijos.
Hacer política, pero al revés de como lo hemos hecho.